Todos hemos pasado por esta situación: Estás de pie ante un elevador, pulsas el botón y esperas a que llegue. Tomas un pequeño suspiro de alivio porque nadie está contigo esperando; tal vez esta vez puedas viajar en privado en el elevador.
Después de esperar unos 45 segundos, llega el ascensor. Cuando te preparas para entrar, ves a un grupo de personas de pie allí. Entras a regañadientes, solo para estar en una situación incómoda que no termina hasta que sales de ese ascensor.
¿Por qué todo el mundo se siente de esta manera en los elevadores?
Una de las explicaciones sencillas es que nosotros, como seres humanos, tenemos la tendencia a mantener nuestra guardia contra las influencias externas. Por una buena razón, ya que este mismo impulso nos ha mantenido a salvo de las amenazas externas a lo largo de la historia. Pero este impulso está tan profundamente arraigado en nosotros ahora, que surge incluso en un entorno que no amenaza la vida como un elevador.
Algunos psicólogos explican esta incomodidad del ascensor con la ayuda de las zonas de distancia.
Es decir, separamos nuestro entorno físico en cuatro zonas separadas: espacio íntimo, espacio personal, espacio social y espacio público.
En un evelador, el espacio íntimo, en el que solo permitimos entrar a nuestros amigos y familiares más cercanos, se ocupa con extraños, sin ninguna opción de alejarlos. E incapaces de lidiar con esta proximidad física, tratamos de compensar la reducción de la intimidad de otras maneras, como evitar hablar, poniendo nuestras manos en nuestros bolsillos, casi esperando a que el viaje termine para reanudar nuestras vidas.
Así que la próxima vez, intenta esto: camina hacia el elevador, respira profundamente y déjate llevar, está con otros como si fueran conocidos, y no como si no estuvieran invadiendo tu privacidad. Eso sería un buen paso para estar a gusto con tus semejantes.
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